La necesidad
de gestionar el patrimonio ya no es exclusiva de las grandes fortunas.
La
incertidumbre respecto de determinados factores políticos y económicos, la
inestabilidad del mercado laboral, financiero y la sospecha respecto del futuro
mantenimiento del estado del bienestar hace incrementar el número de ciudadanos
que sienten la necesidad de mantener el valor de sus ahorros, de obtener
ingresos extras gracias al rendimiento de los mismos, de reforzar su seguridad
financiera y la de su familia, de proteger a su cónyuge o a sus hijos, o de
preparar su jubilación o su sucesión.
La previsión
del futuro, el guardar para mañana un poco del ingreso de hoy, imponen un
cambio de mentalidad; ya no podemos conformarnos con el estatuto pasivo del
ahorrador de épocas anteriores sino que, si queremos sacar partido de nuestro
dinero, tenemos el deber de gestionarlo, de convertirnos en inversores.
Abandonar el
patrimonio al azar, no gestionarlo adecuadamente, supone erosionarlo. En primer
lugar, por el simple efecto de la inflación; pero, sobre todo, debido a la
actual presión fiscal. En caso de que no se decida gestionar adecuadamente el
patrimonio, no cabe duda de que los impuestos se irán reduciendo poco a poco el
ahorro que hayamos podido acumular.
La aparición
de la crisis financiera internacional en septiembre de 2008 tras la quiebra de
Lehman Brothers y que en España todavía no ha finalizado ha supuesto en muchos
casos pérdidas (latentes o realizadas) muy significativas en un buen número de
inversores, por lo que la gestión de patrimonios cobra una especial
importancia. Adicionalmente, diversas situaciones de pérdida de la inversión
por insolvencia del emisor o gestor de los activos financieros (Lehman
Brothers, caso Madoff) ha generado un nivel de desconfianza muy alto que
llevará tiempo recuperar y, por ello, se hace preciso un mayor control y
supervisión de la gestión patrimonial. Por ello, en los tiempos actuales tiene
mayor valor si cabe una gestión profesionalizada del patrimonio en sus diversas
vertientes.
¿En qué
consiste gestionar el patrimonio?
Normalmente,
la gestión patrimonial comprende tres fases:
·
Establecimiento de un diagnóstico: inventariando
todos los bienes que forman ese patrimonio y estudiando el contexto familiar y
personal en el que se mueve. Hay que considerar factores tales como la edad de
los hijos y sus expectativas de remuneración salarial, la capacidad real de
ahorro y la necesidad mensual de liquidez, etc.
·
Análisis de los objetivos perseguidos
con la gestión. La gestión patrimonial de una persona que prefiera atesorar
antes que disfrutar no puede ser la misma que la de otra que conciba el ahorro
como un medio para alcanzar una determinada finalidad.
·
Elaboración de la estrategia capaz de
responder tanto al riesgo que queramos asumir como a la rentabilidad que
esperamos obtener.
Una vez
efectuado el diagnóstico correcto del patrimonio en cuestión y analizados los
objetivos perseguidos con la gestión, llega el momento de elaborar nuestra
estrategia. Ésta puede abarcar desde la modificación del régimen económico del
matrimonio, incluyendo la planificación sucesoria posterior, hasta la total
redefinición de la estructura patrimonial; por ejemplo, constituyendo una
sociedad para la gestión del patrimonio.
La gestión del
patrimonio implica consideraciones, no sólo de tipo fiscal y económico, que
evidentemente son muy importantes, sino que también es preciso examinar, desde
una perspectiva jurídica, si la estructura y el funcionamiento de nuestra masa
patrimonial son la más adecuada y el que mejor se adapta a nuestras necesidades
y objetivos.
No basta
preguntarnos si la inversión en un bien inmueble es suficientemente segura o si
es preferible y más rentable la inversión en valores o activos financieros.
Tampoco es suficiente buscar una fórmula de inversión que sea fiscalmente muy
conveniente. Es preciso conjugar todos estos aspectos con una adecuada
estructuración de la titularidad patrimonial que se adapte a nuestras
necesidades personales, familiares y que nos ofrezca garantías de protección y
defensa del patrimonio frente a terceros acreedores, así como una correcta
planificación fiscal.
Además, esta
estrategia patrimonial no puede concebirse como algo estático, por cuanto la
realidad está llena de fluctuaciones (cambios personales, familiares y
laborales), sin excluir los cambios en la legislación fiscal que obliga a una
continua revisión de la estrategia diseñada para no desaprovechar así
oportunidades de mayor rentabilidad.
Podemos decir
que para optimizar nuestra gestión patrimonial deberemos tomar dos tipos de
decisiones:
·
Decidir
la forma jurídica que queremos darle al patrimonio. En este ámbito debe
incluirse la planificación personal y sucesoria de dicho patrimonio.
·
Buscar
distintas vías de rentabilizar el patrimonio, eligiendo en un mercado que
empieza a estar bastante saturado el producto que mejor se puede adaptar a
nuestras necesidades.